¿POR QUÉ ESCRIBO? por Cristina Pizarro


Museo Roca – Instituto de Investigaciones Históricas -Grupo Némesis
Congreso de Literatura
Hacia el Bicentenario: Dos siglos de Mujeres en las Letras

MESA REDONDA:“¿POR QUÉ ESCRIBO?” CRISTINA PIZARRO

Escribo para indagar en la condición humana cuyos misterios pueden ser develados a la luz de la palabra mítica a través del lenguaje del símbolo.
Mientras estaba elaborando mi poemario Diario de Rosalind Schieferstein me encontré con muchos libros maravillosos, entre ellos La voz de Ofelia de la poeta española Clara Janés y Penélope y las doce criadas de la escritora canadiense Margaret Atwood.
Me llamó la atención que en los dos textos la violencia atravesaba el mundo femenino.
En la novela de Janés hay una alusión a la ninfa Eurídice, esposa de Orfeo, quien paseando un día por la orilla de un río, fue perseguida por Aristeo quien intentó violarla. Al correr por la hierba, la mordió una serpiente y Eurídice murió. Orfeo bajó al Hades para rescatarla, pudo pasar la laguna Estigia pero debía cumplir con la promesa de no mirar a su amada hasta llegar hasta la luz. Dudó de esta orden y no pudo tener otra vez a Eurídice con él. Esa mujer muerta, apartada, provocó en mí una fuerte identificación. Un entorno agresivo perturbó muchas veces el emblema de mi yo lírico entre figuras ficticias que pugnaban por restablecer el equilibrio hacia el bien.
Una actitud serena, pujante, descarnada se impuso para ir reconstruyendo una identidad amurallada hacia la búsqueda de la luz.
En la novela de Atwood, Penélope en soledad, con una autoimposición de tejer y destejer el sayo como si fuera a modo de un vivir soñado y no un vivir de la realidad asediada, custodiada y amparada por sus doncellas cómplices, acude a la mentira, acude a la ficcionalización de su vida-muerte estancada en el desamparo del hombre que espera y desea y que sólo llegará después de mucho tiempo de infortunio, aventuras y desventuras con otros personajes fabulosos.
Las doce criadas sufrirán la violencia y será la voz de una Penélope muerta quien narrará las vicisitudes de la historia de esta novela.
“Ahora que estoy muerta lo sé todo, esperaba poder decir, pero, como tantos otros de mis deseos, éste no se hizo realidad”(Atwood, 2005:19). O que todas la versiones oficiales hablan una misma lengua: “¿Y en qué me convertí cuando ganó terreno la versión oficial? En una leyenda edificante. En un palo con el que pegar a otras mujeres” (Atwood,2005:20).Penélope, una sombra sin voz, tejerá su propia versión.
Esa historia, con toda su ironía y con sus diferencias respecto de la versión oficial, es la de un personaje principal, con nombre, es un relato canónico. No es un relato de una sola voz. En la historia de Penélope se intercalan las intervenciones del Coro.
Las criadas han sufrido la violencia en forma extrema, han padecido la injusticia. En el reino del Hades, después de tantos siglos, permanecen suspendidas en el aire, recordando el modo en que las asesinaron: “ sus pies, que todavía se agitan, no tocan el suelo” (Atwood,2005,177). La ironía, pero sobre todo sus risas, socavarán cualquier autoridad, y aunque se escenifique el juicio, serán ellas las que administrarán justicia, las que conseguirán que Odiseo no descanse en paz.
La violencia convierte al ser humano, a unas niñas en cosas: “si nuestros amos o los hijos de nuestros amos o un noble que estaba de visita quería acostarse con nosotras, no podíamos negarnos”( 2005: 29-30).Sin embargo ellas sabían, veían, que había otra vida, la que ellos no tenían: “nosotras también queríamos bailar y cantar, queríamos ser felices”(2005:30).
En un intento de humanización, fui construyendo el personaje de Rosalind Schieferstein que sufre la amenaza perturbadora de un mundo en guerra, que cae en el abismo de la noche y logra en su deseo celebrar la dicha de la resurrección.





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