EL CUERPO PESA
 Por Susana Cattaneo


  El cuerpo pesa.  Me escuchan. No. No escuchan. No puedo despegar mis labios. Por eso no me escuchan. Hay algo. Hay algo. Una rueda de camión gira a centímetros de mis cejas. Un olor a alquitrán llega hasta mí; nafta; óxido.
Tengo la cabeza apenas inclinada hacia mi izquierda. Veo entre hierros un rayo de sol. El cuerpo pesa. La mente me dice que aún soy yo. ¡Óiganme! No puedo despegar mis labios. Algo se escurre por mi frente. No sé qué es. Sólo siento que es tibio.
 No puedo mover las piernas. Sé que están ahí. Las siento. Pero no puedo moverlas.
Algo viscoso en mis dedos. Algo como el aceite. Hay voces muy, muy lejanas. Pero veo piernas a pocos metros de mí. Hay gente que va y viene. Gritos que parecen estar al otro lado del mundo. Una sirena lejanísima detiene su aullido.
El cuerpo pesa. Hay olor a nafta. Aún gira la rueda sobre mí. Alguien llora, pero debe estar demasiado lejos. Gritos. Gritos de hombres. Puedo mover mis dedos untados de … no sé. Ahora parece que el rayo de sol no está. Bruma. Bruma. Me pesa el cuerpo. La mente está. Me dice que soy yo. Olor a goma. Bruma.
Hay pequeños cometas brillantes en la bruma. Mis ojos abiertos los ven. Se van. Me pesa el cuerpo. Por mis huesos navega algo de fuego, en especial por mi cadera izquierda. Los cometas ya no se ven. Bruma. Bruma y noche cerrada, muy cerrada. Noche.

 

 



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