Intensidad y observación en la poesía de Joaquín O. Giannuzzi
Graciela Bucci


 

   “…el ser humano no ha perdido su apetencia de belleza ni su apetencia de eternidad.”
J.O.G.
Breve biografía:
Joaquín Giannuzzi nació en Buenos Aires, 1924 y murió en a provincia de Salta en el 2004. Ha publicado “Nuestros días mortales”(1958), “Contemporáneo en el mundo”(1962), “Las condiciones de la época”(1967), “Señales de una causa personal”(1977), Principios de incertidumbre”(1980), “Violín obligado” (1984), “Cabeza final” (1991), “Apuestas en lo oscuro” (2000), “¿Hay alguien ahí?”(2004). Obtuvo el Premio Vicente Barbieri (SADE), Premio Fondo Nacional de las Artes, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Nacional de Poesía y el Premio Esteban Echeverría (Gente de Letras), entre otros.

La voz de Joaquín Giannuzzi es una de las grandes  voces poéticas de los años ´60.
“Busco una Literatura de evidencias que se identifique con la realidad”- dice-; y en verdad, desde sus versos, Giannuzzi DICE. Dice de su juicio metafísico, de su mirada marcadamente existencial, y en ese decir que nos abarcó a todos quienes lo hemos leído, surge también una evidente preocupación por el tiempo y sus limitaciones, y por el  irrefutable  advenimiento del  olvido.
Imposible no recordar su poema “El adiós”:
Qué oscuridad cayendo en las fronteras
de mis límites sanguíneos en el cuarto enrarecido.
Aquí, sepultado con los objetos manufacturados
de una época sombría y sus tristísimos libros,
reúno y ceno en mis papeles
los residuos de una poesía moribunda.
Me inclino y tiendo el oído
hacia sus últimos susurros.
El lenguaje del festín concluye su vida individual
cercado por estas sombras, como una asfixia en mis huesos
que una vez se alzaron a punto de cantar.

El poeta reitera en este poema  el estilo dialógico,  comunicativo, hace su cuestionamiento crítico desde un sarcasmo que lo define y aflora, reiteradas veces, a través de la melancolía.
Joaquín Giannuzzi sigue siendo  el poeta referencial hacia quien  miran las nuevas generaciones. No busca  cautivar, ni hacer uso de ostentaciones, mira al mundo con una visión dicotómica que oscila entre la incertidumbre y el desaliento.
Manifiesta en varias oportunidades,  haberse formado poéticamente con las obras de José Hernández, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni; también se pronuncia –y esto lo define en su costado paradojal-: como un “pesimista jovial”.
En su obra  remarca la insensatez del mundo y el absurdo de la ironía y sus mitos, le preocupa la apatía del otro, la censura del pensamiento establecido, la hipocresía, la identidad perdida-uno de sus ejes temáticos- “piedad y desprecio por el mundo” dice;  “es  la amargura, la  incertidumbre y la desesperanza radical, ve la ironía como decepción de la inteligencia”. (Ernesto Goldar).
Uno de los aspectos abordados por el poeta es la temática de lo irracional del mundo, lo que nos induce a pensar en reminiscencias de las obras discepolianas y kafkianas.   
Se enfrenta a él desde versos que aluden a su absurdo, y el profundo misterio que lo rodea. Habla de la fe en el lenguaje, a la que considera condición  imprescindible de todo poeta, cree en la indagación constante, más valiosa cuanto más ardua se torna.
Problematiza su relación con el orden social y cultural, con el orden simbólico que nos constituye como seres pensantes, con el orden cósmico”. (Máximo Simpson)
Desde la palabra sugerente, profunda, propone una multiplicidad de registros a los que, como ya se enunció, no  le  son ajenos lo irónico, lo histórico, lo perceptivo, lo contemplativo, el mundo de los símbolos, pero ante ello privilegia la estructura y no deja de pensar en quien será el destinatario de sus textos: el lector.
Cultor también, aunque no en forma excluyente, del estilo objetivista , adhiere a la idea de  que los objetos revelan, como propiedad axial, su miseria, su despojamiento, su fugacidad y los saca de su mudo anonimato para mostrarlos desde sus versos, como lo que en verdad son: cosas.
En ese reconocimiento nos lleva a reflexionar sobre la gran influencia que tienen en nuestras vidas  los objetos que nos circundan; y nos habla, por ejemplo, de una dalia, la lámpara, una taza de liviano azul, la mesa; se podría decir que casi nos inserta en una escenografía cuidadosamente ideada, de la cual podremos ser simples observadores, o dejarnos conducir a la vibración cuando nos sentimos integrados al texto; y el texto, sabio, nos lleva de la mano, adquiere vida, nos implica, nos hace sumergir en nuestras propias fragilidades, y amalgama miedos y fortaleza.
Joaquín no solo nombra a los objetos, los señala, los exhorta a decir desde la palabra inimaginable pero veraz de los inertes, y les otorga, finalmente, su dimensión real.
Cito unos versos de: “Mis objetos
“…tan individuales en mis inmediaciones: lápiz,
cuaderno, taza de liviano azul, cenicero, encendedor,
libro abierto en la página 120:
su humanidad privada, su carácter personal.
Fieles, nítidos, soñadores, evangélicos,
dulcemente carnales aplastados a mi mesa y al
planeta…”

Joaquín Osvaldo Giannuzzi nos deja, a través de su obra, una voz potente, atemporal, la voz del hombre de Buenos Aires comprometido, coloquial, partícipe de un  entorno que bajo ningún aspecto le resulta indiferente.

 

 

 

 

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